lunes, 29 de junio de 2015

Dios, ciencia y democracia


 

Supongamos que dudo tanto que sólo estoy seguro de mi propia existencia. Bien, pues eso es estar seguro de muchas otras cosas. La existencia de la propia mente implica la existencia de al menos un mundo ideal: el conjunto de todas aquellas cosas que puedo llegar a imaginar. En particular, ciertas cosas no sólo son imaginables sino que, además, han sido finalmente imaginadas. Es un mundo mental. Y también hay que decir que parte de ese mundo es, además, predecible por los sentidos, es el mundo experimental. La experiencia es el mundo más fácil de compartir. Pero el mundo mental, el conjunto de todas las cosas imaginables que han sido imaginadas por lo menos una vez, es infinitamente complejo. Y la infinitud atemoriza al alma. La realidad sume al alma en una descomunal soledad. Las mentes tienden por ello a compartir su realidad, pero nada infinito es compartible eficazmente en el espacio y el tiempo. Hay que simplificar. Conocimiento es la representación (finita) de cualquier realidad (infinita). El conocimiento es siempre una aproximación. Cuando la simplificación es obvia se utiliza elmétodo científico, cuando es imposible se acude al método divino (en cualquier otro caso intermedio siempre se puede probar con el método artístico).

El método divino se basa en la existencia de la divinidad. Hasta aquí no hay nada que objetar. La divinidad existe. En cierto sentido incluso existe tautológicamente. Los hombres se dividen en dos clases: los que creen más bien que el hombre está hecho (por Dios) a imagen y semejanza de Dios y los que creen más bien lo inverso, es decir, que es Dios el que está hecho (por el hombre) a imagen y semejanza del hombre. En otras palabras, admitir la existencia del hombre implica admitir la existencia de la divinidad entendida o bien como el Creador del hombre o bien como un creado del hombre. La divinidad es en cualquier caso el Sujeto del conocimiento divino. Pero el conocimiento divino influye, a su vez, en la vida y en la convivencia de los hombres. Y está claro: no se puede negar la existencia de nada que influya sobre lo existente. El principio fundamental del método divino para producir conocimiento es único y transparente: el conocimiento es de la divinidad y ésta tiene a bien revelarlo a los hombres; la divinidad simplifica la realidad para nosotros. Hasta aquí el principio, todo lo demás son consecuencias deducibles de los atributos de la divinidad. De la infalibilidad de la divinidad se deduce, por ejemplo, que el conocimiento siempre es compatible con la experiencia, su unicidad es garantía de coherencia y su vastedad garantía de completitud. El conocimiento obtenido por vía divina, por definición, no cambia. Si la divinidad es el Creador, entonces sigue sin haber objeciones. Pero resulta que los creyentes más acérrimos reconocen aspectos creados del Creador y, sobre todo, considerancreado a todo Creador no verdadero, es decir, a todo aquel que no sea isomorfo con el propio. Y claro, si la divinidad es creada, el principio de la revelación se convierte en un verdadero sarcasmo. El conocimiento divino siempre es verdadero por definición, pero, ¡ay!, existe una inflación de conocimientos falsamente divinos que devalúan el mercado del conocimiento. Es aquí donde asoman las primeras objeciones. La interpretación es un concepto inventado para salvar el conocimiento divino de sus desajustes experimentales. La interpretación corrige leves contradicciones de la realidad divina con la experiencia humana: matiza el conocimiento. La interpretación, liberada del método divino, puede apelar a otros métodos para producir conocimiento. La interpretación puede ser, por ejemplo, científica. La interpretación es el margen que habitan los venerables sabios que estudian los textos sagrados. Pero ahora viene la objeción seria de verdad. Es cuando se aplica el método divino sin ni siquiera disimular que un mortal ha usurpado el papel del ente revelador. Es cuando la propia interpretación se fabrica usando, de nuevo, el método divino. Llegamos así al método de la divinidez: es el gran timo. Es el gran timo epistemológico de cualquier fundamentalismo religioso o político. La historia de la humanidad está plagada de esta clase de divinideces divinas.

¿Qué es el método científico? Alguien, quizás en la prehistoria, decidió, un día, renunciar a la ayuda de los dioses a la hora de conocer la realidad. Nacía así un modo de producir conocimiento que consiste en sustituir la revelación por la investigación: eso es el método científico. No hay grandes objeciones que hacerle. Después de todo, la ciencia no niega explícitamente la divinidad. Su descaro consiste, a lo sumo, en la afirmación tácita de que los dioses son prescindibles para acceder a la inteligibilidad de unas pocas partes del mundo. El creyente hasta puede incluir la ciencia entre sus creencias. La ciencia podría ser también un regalo de la divinidad, muy útil para entender la cara simple del universo, pero incapaz de plantearse la comprensión de su cara oculta y compleja. Si conocimiento es la simplificación de la realidad, la ciencia sólo simplifica lo que ya es, de por sí, muy simple. El científico rinde rápidamente sus armas ante ciertos temas de la materia viva, ante buena parte de la materia inteligente y ante la totalidad de los asuntos del alma humana. ¡Qué le vamos a hacer! El método científico para fabricar conocimiento se basa en varios principios, pero el que más interesa aquí es el principio dialéctico con la experiencia. En ciencia también hay cosas sagradas y ésta es una: toda simplificación del mundo real (todo conocimiento) debe ser compatible con el mundo experimental. Compatible significa aquí el máximo de compatibilidad posible. En ciencia, pues, todas las verdades se escriben con minúscula: no hay verdad que no pueda ser pulverizada por el resultado de un experimento. Sólo son definitivas las falsedades. Se está seguro, en todo caso, de lo que no es; nunca de lo que es. El conocimiento obtenido por vía científica, por definición, cambia. La historia de la ciencia es una historia de cambios de opinión. Pero la ciencia cambia también nuestra propia existencia y nuestra relación con el mundo. El acto científico tiene lugar entre dos elecciones: la elección del objeto del conocimiento científico (el más grande compromiso del científico) y la de la aplicación de tal conocimiento (no hay científicos inocentes en este aspecto). Estas decisiones no siempre pueden tomarse sin salir del propio método científico. En muchas ocasiones, cada día más, hay que acudir a la consulta de otro tipo de convicciones, convicciones a las que se llega, ¿por qué no?, a través de un método de tipo divino. Tampoco hay objeciones serias a esto. Es la ideología, el margen y la limitación moral de la ciencia. El método científico es, gracias a su servidumbre experimental, menos falsificable que el divino. Pero aquí empiezan las objeciones serias. También aquí se produce una suplantación: la del método científico por parte de una supuesta autoridad científica, autoridad ganada, ésa sí, por el buen uso del método científico en otros menesteres. Es cuando científicos de bien ganado prestigio nos revelan verdades morales. Se trata de hecho de la divinización del sujeto científico: sin duda otra "divinidez". Es el gran timo de la divinidez científica. La historia de la ciencia está salpicada de bochornosas divinideces científicas. En resumen, ahí están dos nobles métodos para producir conocimiento con sendos residuos patológicos: el divino con su divinidez divina y el científico con su divinidez científica. Ambos métodos se ocupan en principio de objetos bien distintos; la ciencia para los simples (el movimiento de un péndulo) y lo divino para los complejos (las venturas y desventuras del alma).

Hablemos ahora de política. ¿Cuál es el método que debemos usar para producir el conocimiento que debe servir para regular la convivencia humana? El asunto público, como objeto, parece más cercano al alma humana que a un péndulo (o incluso que a las redes neuronales, tan de moda en la física actual). Es cierto. Pero también es cierto lo siguiente: el hombre y su red de interacciones con el entorno (en el que por cierto habitan los demás hombres), fundamentalmente, cambia. Los seres humanos quizás vivan en el mundo mental, pero lo que es seguro es que conviven en el mundo experimental. Los seres humanos, al interpretar a la divinidad, se equivocan en direcciones nada arbitrarias. La justicia y la libertad dependen con frecuencia de aspectos asombrosamente simples de la cultura humana... Por todo ello no debería descartarse el método científico en política. Sólo conozco un sistema que pretenda asegurar que el conocimiento político sea, en lo posible, objetivo, inteligible y compatible con la experiencia: la democracia. Sólo la democracia ofrece ciertas garantías de sensibilidad del conocimiento respecto de la evidencia experimental. Las evidencias que siempre hemos leído en los libros de historia y que cada día leemos en los periódicos sugieren que el método científico debe seguir abriéndose paso en el asunto público. Siempre habrá pensadores y analistas de tales evidencias que opinen lo contrario, que descubran que ahora le toca de nuevo al conocimiento divino. Que no vale la pena repensar ciertos valores eternos. Que otras y muchas personas más inteligentes que uno ya hace tiempo que dieron con la verdad. Ellos también hacen insensatos guiños a la negación de la evidencia, como aquel marido genial de la comedia de Walter Matthau que negaba a su mujer la evidencia de haber sido sorprendido en pleno adulterio, mientras él y su amante se vestían tranquilamente, la amante se marchaba en silencio y la mujer optaba por dudar de sus sentidos y por ir a preparar la cena con un suspiro de resignación.





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