lunes, 12 de noviembre de 2012

FREUD: EL MALESTAR EN LA CULTURA





Francesc GOMÀ i MUSTÉ
Fragmentos del libro: Conocer Freud y su obra. Ed. Dopesa, Barcelona, 1977.


La felicidad encierra un doble objetivo: evitar el dolor y el sufrimiento por una parte y «experimentar intensas sensaciones placenteras» por otra. Aunque se haga especial hincapié en esta segunda vertiente, las posibilidades de sufrimiento son muy grandes, y pueden venir de tres lados del propio cuerpo, del mundo exterior y de las relaciones con los demás seres humanos. Por esto, acostumbramos a rebajar nuestras pretensiones con tal de no sufrir. De todos modos, si el mundo exterior impide la satisfacción de los instintos es causa de intensos sufrimientos.

Es frecuente que el hombre trate de conseguir la satisfacción de sus impulsos esquivando los obstáculos del mundo exterior, ya sea mediante la sublimación, recurriendo a ilusiones o imágenes, como pasa en el arte, ya sea volviendo la espalda al mundo, como hace el ermitaño.
No obstante, estos recursos sólo son accesibles a unos pocos.

Queda el amor, seguramente el mejor camino para ser felices; pero, por desgracia, es el que nos hace también más vulnerables al sufrimiento.

El sufrimiento, que procede de la propia flaqueza corporal, o de la violencia de la naturaleza, parece inevitable, al menos dentro de ciertos límites; en cambio, el que deriva de las relaciones sociales, que en gran parte han sido estructuradas y ordenadas por los hombres, creemos que puede ser combatido y resuelto en provecho de todos.

Parece oportuno plantear dos cuestiones entorno a esta actitud. La primera es si el sufrimiento que deriva de la convivencia, obedece sólo a defectos de la regulación humana, o hay en ello un obstáculo natural invencible. Es improbable que el ser humano, racional y previsor, no haya conseguido una buena regulación. La segunda cuestión es, que ante la otra alternativa posible, quizá sería mejor abandonar la cultura y volver a formas de vida más primitivas.

La cultura, como regulación de la vida en común, restringe las posibilidades de satisfacción de cada uno en aras de los demás. La cultura limita la libertad y es frustrante. La etnología pone de manifiesto que, ya en los primitivos, la vida sexual es objeto de prohibiciones o tabús. La cultura sustrae a la sexualidad gran parte de la energía psíquica. O sea, los rodeos que se interponen entre los impulsos humanos y su satisfacción, buscan demorar el goce inmediato, y queda una energía excedente, no satisfecha, que por su inquietud, se convierte en trabajo.  

Se corre, sin embargo, el riesgo de la neurosis, porque, como ha explicado el psicoanálisis, las frustraciones sexuales son su causa. De donde cabe inferir que siempre habrá un antagonismo entre la cultura y la sexualidad.

Las innumerables restricciones que la civilización conlleva, difícilmente son compatibles con la felicidad. El primitivo, tenía menos poder, pero podía ser más feliz. El moderno civilizado ha cambiado una gran parte de posible felicidad por seguridad. No olvidemos que, en la familia primitiva, sólo el jefe gozaba de semejante libertad de los instintos, mientras que los demás vivían oprimidos como esclavos.

El hombre es, además, un ser dotado de agresividad, que, de no estar reprimida, pondría en peligro la vida en común. Normas, sanciones, ideologías tratan de poner barreras, más o menos eficaces. La cultura se defiende contra la agresividad, no sólo con actos físicos de protección, sino “introyectándola” en los individuos. El super-yo de cada uno de ellos, su conciencia moral, se hace eco de las represiones e imperativos culturales; desde la infancia, los introduce en sí mismo y los asimila. Bajo su fuerza coactiva, la agresividad cambia de dirección, y lo que podía ser destrucción de lo externo, se convierte en auto-castigo, en sentimiento de culpabilidad, siempre vigilante. Las frustraciones de la vida moderna, mucho más frecuentes por las constantes incitaciones que se presentan en los medios decomunicación, acentúan el rigor del super-yo.

Se puede establecer una relación entre la culpabilidad y el progreso de la cultura: ambas aumentan en el mismo sentido. La conclusión es inevitable; a medida que progresa la culpabilidad, menos feliz va a ser el hombre. Esta afirmación debe ser entendida según los principios del psicoanálisis, a saber, que dicha culpabilidad es inconsciente, y, por tanto, previa a toda acción “mala”. No tiene nada que ver con el remordimiento, y va siempre acompañada de angustia, por el peligro de la censura del super-yo.

Por analogía con lo que ocurre en el ser humano individual, el mismo proceso que se ha expuesto, acontece a la cultura, como un todo. Posiblemente, nuestra cultura se haya vuelto “neurótica”, por la acentuación de las represiones que condicionan su funcionamiento. En tal caso, algunas irregularidades que presenta, podrían ser sintomáticas, formas de compromiso entre la represión excesiva y las fuerzas impulsivas.


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